Es casi imposible creer hasta dónde ha llegado la raza humana en tan solo los últimos 100 años. Hace apenas 40 años, un sistema informático funcionaba con una computadora central que ocupaba, a menudo, todo un salón. Ahora, podemos hacer más que lo que hacía ese gigantesco sistema, simplemente con el teléfono inteligente que tenemos en la mano.
¡Qué privilegio… y también qué tentación!
A medida que la tecnología avanza, también lo hace el papel de la Inteligencia Artificial (IA). La IA es una rama de la informática que permite a las máquinas aprender, razonar y actuar. Estos sistemas mejoran con el tiempo analizando grandes cantidades de datos. Utilizando algoritmos complejos (¿recuerdas las clases de matemáticas en la secundaria?), la IA identifica patrones y relaciones—ya sea en el lenguaje, en el comportamiento o en datos complejos—y usa esos patrones para hacer predicciones, ofrecer recomendaciones e incluso automatizar la toma de decisiones.
¿Cómo debe acercarse un cristiano a la IA? ¿Estamos “jugando a ser Dios” al diseñar máquinas que pueden pensar y razonar como un ser humano? ¿Hay límites en lo que la IA debería hacer? Estas pueden ser preguntas difíciles de reflexionar.
La IA se utiliza a menudo en la medicina, el transporte y los negocios. A medida que sus fuentes de datos crecen, puede analizar cantidades de información cada vez más enormes. Ya se está utilizando para desarrollar nuevas terapias y curas para enfermedades como el cáncer, identificando patrones y analizando información a una velocidad y en un volumen mucho mayores que los que un cerebro humano podría lograr. De este modo, puede ayudar a planificar la logística de complejos horarios de trenes y aviones, detectar tendencias en el comportamiento celular que lleven a curas para enfermedades, o ayudar a las empresas a gestionar sus recursos de manera más eficaz. Todos estos son usos maravillosos de la Inteligencia Artificial, que aumentan nuestra capacidad de realizar tareas.
Las preocupaciones sobre la IA también son reales. Los críticos temen que pueda provocar la pérdida de muchos empleos, que se utilice para causar daño, e incluso que pueda desencadenar guerras.
Como en todo avance tecnológico, los cristianos debemos mantenernos informados y, al mismo tiempo, vigilantes ante un posible mal uso. Estamos llamados a aprovechar lo que es valioso y da vida, y a rechazar lo que daña a la humanidad.
El criterio definitivo para la IA debe ser este: ¿Promueve la dignidad y el bienestar humanos? Si la respuesta es sí, abrácenla. Si no, resístanla.