¡Saludos en el Señor Jesús! Soy un fraile franciscano de la República Dominicana. Actualmente me encuentro en la casa de formación de la Provincia de la Inmaculada Concepción en Roma, cursando el primero de tres años de teología luego de haber completado los dos primeros años de filosofía.
Una introducción temprana a la Iglesia
Cuando era pequeño, una vecina que luego se convirtió en mi madrina de confirmación solía llevarnos a mi hermana y a mí a la parroquia. La experiencia era nueva para nosotros porque mis padres no eran católicos practicantes; de hecho, ni siquiera estábamos bautizados. Nos sentimos muy bien en la Iglesia, muy aceptados. Era como un segundo hogar para nosotros. Nunca dejamos de ir a misa desde entonces y, poco a poco, comenzamos a entender los misterios de la fe.
Comencé a tener una profunda crisis existencial en mi fe en un momento dado de mi vida, y empecé a tener preguntas sobre cómo sería mi futuro. Fue entonces que sentí la presencia de Jesús; Él siempre había estado allí desde mi infancia, salvándome, protegiéndome, mostrándose y mirándome con su mirada misericordiosa.
Desde ese momento, decidí tratar de vivir para Él.
Mi llamado franciscano
El aspecto misionero de la Orden Franciscana y la forma en que se vive su carisma entre la gente me conmovieron profundamente desde el principio.
El Evangelio es la fuerza motriz que nos impulsa mientras recorremos el mundo y vivimos en fraternidad como minoría.
Otra cosa que me llamó la atención fue la noción de «penitencia». Penitencia significa regresar a Cristo constantemente y servirlo de todo corazón entre los pobres. Estos dos factores me llevaron a elegir la orden religiosa franciscana.
Quisiera dejarles a todos la cita bíblica que ilumina mi camino vocacional: «Sabemos, además, que en todas las cosas Dios obra para el bien de quienes lo aman, de los que han sido llamados según su propósito». Romanos 8:28.
Acerca de la formación
Los sacerdotes y hermanos franciscanos siguen los pasos del Señor Jesús y de San Francisco y aceptan el don de la pobreza como una forma de vida. No poseen nada, pero aun así comparten por igual como hermanos todo lo que Dios provee a través de su generosidad.
Educar y apoyar a un seminarista en sus estudios cuesta más de $10.000 al año. Muestre su apoyo a nuestros Hermanos Franciscanos haciendo una donación hoy mismo.
Gracias y que Dios lo bendiga.