La humildad es una virtud fundamental para los cristianos, y muchos santos, así como los franciscanos, la practican como el fundamento de todas las demás virtudes.
La humildad es la cualidad de tener una visión modesta de la propia importancia. Aunque parezca simple, ¡es todo lo contrario! Como criaturas pecadoras, somos propensos al egoísmo, la competitividad y la acumulación. Algunos argumentan que los humanos estamos predispuestos a la arrogancia y el egoísmo; sea cierto o no, nuestra experiencia terrenal puede dificultar ser diferente.
Sin embargo, la humildad no consiste en devaluar nuestros dones ni en menospreciarnos. Se trata, más bien, de reconocer nuestras fortalezas y darles un uso desinteresado.
Dejar un legado (una donación caritativa en el testamento) es un buen ejemplo de cómo puede funcionar la humildad. La mayoría de quienes eligen este camino no lo motiva el reconocimiento ni los beneficios fiscales, sino el deseo de dejar un impacto duradero. La mayoría de los legados no son grandes actos públicos, sino que, al igual que las prácticas del propio San Francisco, son actos discretos de profundo significado. Dejar un legado reconoce que, si bien no viviremos para siempre, podemos elegir forjar un mundo mejor para quienes vienen después de nosotros.
Dejar un legado no es una competencia. No es necesario ser rico para dejar un legado así. La intención de dar sin recibir importa mucho más que la magnitud del regalo. Ningún regalo dado con humildad es demasiado pequeño a los ojos de Dios.
Los legados y otras donaciones a Franciscan Mission Associates (FMA) garantizan que nuestra labor en educación, atención médica y cuidado espiritual siga creciendo. Juntos, podemos generar un cambio duradero para las futuras generaciones necesitadas.