Tengo 31 años y vengo de Nicaragua, Centroamérica. Nací en una pequeña ciudad llamada Masaya, que significa «tierra de fuego» o «tierra de ciervos». Mi ciudad es bien conocida por su folclore y sus tradiciones populares y celebraciones religiosas. Las fiestas populares están dedicadas a San Jerónimo, el patrón de mi pueblo.
Una infancia tranquila
Crecí en una familia numerosa, conformada por mis abuelos, tíos, mi madre y mis hermanos. Algunos de mis primeros recuerdos en casa incluyen el taller de zapatería de mi abuelo y mis tíos, las procesiones religiosas de mi parroquia y los grupos de oración que se reunían en mi hogar. En general, tuve una infancia tranquila y hermosa.
Una curiosidad incipiente por la vocación
Me inscribí en la escuela salesiana de mi ciudad, un acontecimiento que marcó profundamente mi vida. Durante mis años como estudiante con los salesianos, aprendí a amar al Santísimo Sacramento, a María Auxiliadora y a Don Bosco. Fue durante este tiempo cuando despertaron mi curiosidad por la vocación y mi amor por la Iglesia.
Durante mi adolescencia, formé parte del grupo de monaguillos de la Iglesia de San Sebastián, ubicada junto a la escuela salesiana. También recuerdo haber disfrutado de ir a misiones durante la Semana Santa. Muchos adolescentes y jóvenes, organizados por los sacerdotes y las hermanas salesianas, visitaban comunidades remotas durante la Semana Santa para brindar apoyo espiritual, ya que era difícil que un sacerdote llegara a esas áreas para celebrar la Misa.
Encuentro con San Francisco
Conocí la figura de San Francisco de Asís en una de estas experiencias, a través de un fraile franciscano conventual. La amabilidad y sencillez de este fraile me impresionaron. Era diferente a los sacerdotes que había conocido hasta ese momento.
Una escena que me impactó fue cuando, después del almuerzo, el fraile se levantó de la mesa, recogió los platos y los vasos, y fue a la cocina a ayudar a lavarlos. Le pregunté: «¿Por qué hace esto? ¿No es usted un hombre religioso?» Y él respondió: «Joven, dese prisa y ayúdeme. ¿No ve que la señora de la casa tiene mucho que hacer?» A partir de ese momento, la figura de San Francisco de Asís comenzó a agitar algo dentro de mí.
Discerniendo mi camino
Como todos los demás, hubo un momento en el que no estaba seguro de qué camino seguir en la vida. Estudiaba psicología cuando empecé a trabajar en la parte de educación pastoral en una escuela católica. Disfrutaba de lo que hacía, lo que estaba estudiando, y participé en varias experiencias de voluntariado. Sin embargo, sentía la necesidad de decidir.
Busqué la guía espiritual de un sacerdote diocesano, quien me acompañó durante ese proceso. Mientras me preguntaba: «¿Qué quiere Dios de mí?», conocí a un joven fraile franciscano que me habló sobre los frailes y la misión de la provincia de Nueva York en Honduras, Guatemala y El Salvador. Todo eso me emocionó.
En 2019, tras participar en la Jornada Mundial de la Juventud con el Papa Francisco en Panamá, encontré la fortaleza para elegir una vida consagrada y franciscana en la Provincia de la Inmaculada Concepción de Nueva York. En septiembre de ese año, viajé a Brooklyn para comenzar el programa de postulantado y, al año siguiente, llegué a Italia para realizar el año de noviciado en la Iglesia de San Damián, en Asís, Italia.
El camino recorrido ha sido hermoso, aunque no exento de dificultades, pero el Señor siempre nos sostiene con su gracia. Me alegra ser franciscano y prepararme para servir en las diversas misiones de nuestra Provincia, atendiendo a quienes más nos necesitan.
Acerca de la formación
Los sacerdotes y hermanos franciscanos siguen los pasos del Señor Jesús y de San Francisco y aceptan el don de la pobreza como una forma de vida. No poseen nada, pero aun así comparten por igual como hermanos todo lo que Dios provee a través de su generosidad.
Educar y apoyar a un seminarista en sus estudios cuesta más de $10.000 al año. Muestre su apoyo a nuestros Hermanos Franciscanos haciendo una donación hoy mismo.
Gracias y que Dios lo bendiga.