Para responder a la pregunta, “¿De verdad Dios perdona?”, debemos reconocer dos premisas importantes. La primera es que Dios creó a los seres humanos con libre albedrío: la capacidad de elegir (o no) obedecer Sus mandamientos. La segunda es que, desde el tiempo de nuestros primeros padres (Adán y Eva), los seres humanos a veces han elegido ejercer ese libre albedrío rechazando lo que Dios les pide; es decir, pecan. Sin estas dos premisas, la cuestión del perdón no tendría sentido.
A lo largo de las Escrituras encontramos innumerables ejemplos de Dios perdonando a quienes se apartaron de Él. Incluso grandes figuras como Abraham, Jacob, Moisés y el rey David siguieron su propia voluntad de vez en cuando. Por ejemplo, Moisés golpeó la roca para obtener agua en lugar de hablarle como Dios le había ordenado; David tomó a Betsabé, la esposa de Urías el hitita, la dejó embarazada y luego hizo matar a Urías para ocultar su pecado. Dios perdonó estas transgresiones y ayudó a estos hombres a seguir adelante y lograr grandes cosas.
Las Escrituras también están llenas de la promesa de Dios de perdonar. En los libros de los profetas, se les dice a los israelitas que sufrirán castigo por sus pecados, pero que Dios finalmente los perdonará y los bendecirá una vez más. Quizás la promesa más hermosa sea esta: “Tan lejos de mí he alejado tus pecados como está el oriente del occidente.”
Jesús es aún más explícito sobre el perdón. Él perdona los pecados del paralítico y nos enseña en el Padrenuestro a pedirle perdón a Dios.
La misericordia es una de las cualidades más grandes de Dios. En nuestras reflexiones del próximo mes, exploraremos más a fondo el concepto del pecado y el perdón.
Por ahora, simplemente reconozcamos que nuestro Dios sí perdona los pecados.










