Como hemos visto en nuestras reflexiones recientes, la importancia del perdón para el cristiano es enorme. Cuando perdonamos a alguien por el mal que nos ha hecho, nos liberamos del “peso” que cargamos al aferrarnos a esa herida.
Sin embargo, el Evangelio de Mateo contiene otro relato sobre el perdón. Simón Pedro, pensando que es más que generoso, pregunta a Jesús cuántas veces debemos perdonarnos unos a otros. Él pregunta: “¿hasta siete veces?” La respuesta de Jesús sorprendería a cualquiera: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.” (Algunas traducciones dicen setenta y siete veces).
¡La cabeza de Pedro debió dar vueltas al escuchar eso! Perdonar una vez ya es bastante difícil. Siete veces sería un logro notable. ¿Pero setenta veces siete? Imposible.
Por supuesto, Jesús no se refiere literalmente a 490 veces, como si tuviéramos que llevar la cuenta de nuestras ofensas. Lo que quiere decir es que el perdón debe ser constante e inagotable. A lo largo de la Biblia aprendemos que, si somos arrepentidos, Dios puede perdonar cualquier pecado, y lo hace infinitamente. Él nos llama a hacer lo mismo.
Debemos pedir la ayuda de Dios para lograrlo – sin ella, sería imposible. Pero si mantenemos la mirada fija en la cruz, y valoramos el perdón que nosotros mismos recibimos, podremos ofrecer perdón a los demás – no una sola vez, sino repetidamente.
En el Cántico de las Criaturas, Francisco dice que Dios es alabado, “por aquellos que perdonan por tu amor y soportan la enfermedad y la tribulación.” El perdón y la paciencia nunca son fáciles, pero son necesarios para el bien de nuestras almas.
Esta semana, reflexionemos sobre la naturaleza constante e inagotable del verdadero perdón.









